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Kathmandú, una flor en el Himalaya

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Empezamos a tener conciencia de que realmente estamos en un lugar que nada tenía que ver con lo que decían los libros.

Quizás los cuentos sean las historias que no se han entendido a lo largo de los tiempos, en Occidente, difíciles de creer, pero no por eso, improbables.
Un entorno verde nos envuelve, montañas por todos los lados de un valle en el que se levanta la capital de un país que se alza por encima de todos los demás.

Por las calles del centro, tiendas y pequeños puestos ambulantes que bien podrían ser de un mercadillo de cualquier ciudad europea, perfectos para que el turista pueda encontrar lo que piensa que es un trocito de historia de Nepal, un recuerdo propio de allí, un engaño
autoasumido, pero no por ello, desechado.

La ilusión de la proximidad de unos gigantes de roca que rodean una zona del cielo que intento adivinar, me inquieta, me aventura a imaginar, y acelera el deseo continuo de subir a algún sitio para poder ver, buscar y por supuesto, encontrar.

Quisiera poder levantarme sin esfuerzo y planear sobre el aire, alto, más alto cada vez, como las cometas que son lanzadas desde los tejados de las casas y vagan como espíritus libres que no quieren volver sobre sus pasos.

Estupas, esculturas de Dioses, monumentos y gentes de aspecto diverso y de creencias
diferentes, conviven en armonía y no interfiriendo unos en el modo de vida de los otros. Es la tolerancia, una utopía absoluta de donde nosotros procedemos.

Las horas, los días, los minutos, pasan pronto. Nuestro viaje se acaba, pero sabemos que esto no ha terminado. Ahora es cuando realmente somos conscientes de que hay mucho por descubrir y que Nepal espera con la paciencia que en estos últimos momentos antes de la vuelta, no tenemos.


Como decía en una tarjeta que compramos en una librería de la bulliciosa Kathmandú, lo que parece un final, en realidad es un nuevo comienzo. En nuestro caso, una nueva vida con otros ojos.
….. la cuenta atrás para volver a un lugar que no podremos olvidar.



flores